sábado, 7 de noviembre de 2009

INDEFINICIÓN

No es fácil definir la India sin caer en el tópico y manido argumento de que se trata de un país de contrastes. Pero para poder hacerlo, al menos, con un mínimo de objetividad, es necesario contemplarla como un todo y guardar las distancias justas: ni demasiado cerca como para que te hunda consigo ni demasiado lejos que te haga perder la perspectiva.

Sí, la India es un país superpoblado, lleno de colores y de aromas. Un país ordenado dentro del caos. Una filosofía determinista por la que cada persona asume el puesto que le toca. Una espiritualidad de la que muchos tendríamos que aprender en Occidente. Un país de hoteles donde te siguen subiendo la maleta al hotel y, al caer la noche, te hacen la cobertura. Una ingente cantidad de lenguas y dialectos y un inglés casi incomprensible. Mujeres hermosas y niños alegres. Un lugar donde comer rico y barato y donde, por poco dinero, puedes vestir a una familia y comprar regalos para todas tus amistades

Todo esto es la India.

Pero abandonas el hotel y, al bajar del autobús, encuentras vacas escuálidas, mendigos y vendedores ambulantes que, literalmente, te acosan, ratas que se esconden debajo de la mesa donde un grupo de amigos disfrutan de unas pakoras, peregrinos que pasan la noche al raso junto a la estación de Varanasi, hombres que andan a cuatro patas porque, de niños, les partieron la espalda a fin de que dieran más pena a la hora de mendigar, madres que hacen el gesto de echarse comida a la boca de una forma tan mecánica que ni siquiera consiguen dar pena, niñas que te siguen por todo Chandni Chawk y que te llevarías a casa porque no dejas de preguntarte qué hacen que no están en el colegio a esas horas, y un gran sentimiento de culpabilidad cuando reconoces que estás deseando volver a ese oasis de cinco estrellas donde no vas a sentir ni el calor, ni la humedad ni el olor a impotencia que se te pega a la ropa.

Todo esto... también es la India.

No hay comentarios: