lunes, 10 de mayo de 2010

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE

Fotógrafa: Frantic (Delhi, octubre 2009)

jueves, 6 de mayo de 2010

FUGACIDAD

Cuando se viaja por carretera a través de un país en el que se tardan cinco horas en recorrer 250 kilómetros, es de esperar que una gran parte de las vacaciones transcurran en el autobús.

Estoy acostumbrada a pasarme el viaje leyendo cuando se trata de un trayecto que he realizado muchas veces y cuyos paisajes conozco casi de memoria, pero en la India es imposible apartar la mirada de la ventanilla del autobús cuando pasan ante mis ojos tantos instantes fugaces e irrepetibles que parecen competir por conseguir un espacio en mi memoria. En ese momento, desearía tener mi cerebro conectado a una cámara fotográfica que se activara sólo con un parpadeo.

Tuc-tuc atestados de gente pese a que sólo tienen cinco plazas, mujeres que trabajan la tierra vestidas con saris de colores, puestos de chucherías y de botellas de agua, vendedores de plátanos y cacahuetes, niñas y niños que van al colegio, vacas y cerdos que andan despreocupados por la calzada, fachadas pintadas de colores imposibles, motos aparcadas de cualquier manera, un rickshaw donde duerme su propietario y un padre con sus tres hijos montados en la misma moto son sólo una parte de todos esos instantes fugaces que mi vulgar cámara de
guiri no ha logrado retratar.

martes, 13 de abril de 2010

EN BRUTO

Fotógrafa: Frantic (Jaipur, octubre 2009)

domingo, 11 de abril de 2010

LA OTRA CARA DEL EXOTISMO

Todos los días, miles de peregrinos llegan a Varanasi a cumplir con el ritual de purificación en aguas del Ganges, que su religión les exige realizar, al menos, una vez en la vida.

Resulta todo un espectáculo de lo más colorido el contemplar, al amanecer, desde una barca en medio del Ganges, a todas estas personas repartidas entre los ghats sumergiéndose una y otra vez en las sucias aguas del río, como emocionante el asistir, por la noche, a la ceremonia en honor a Shiva.

Sin embargo, una no puede irse de Varanasi sin ver la otra cara del exotismo.

Sorprende que una ciudad de más de dos millones de habitantes no cuente con las suficientes infraestructuras para alojar, de una manera mínimamente digna, a los miles de personas que, diariamente, acuden a Varanasi, por lo que la mayoría de ellas deben pernoctar en la estación de ferrocarril y es allí, donde la exclusión se manifiesta en toda su crudeza.

Entrar de noche en la estación de Varanasi es mirar constantemente al suelo para no pisar a ninguno de los cuerpos que duermen allí, es aprender a ignorar a las ratas que salen de los agujeros excavados por ellas mismas en los rincones, es contemplar los vagones hacinados de los trenes en que los peregrinos vuelven a sus poblaciones de origen, es sentir un nudo en el estómago cuando el guía te cuenta que, a la mañana siguiente, los vigilantes de la estación pasan a diferenciar a quienes duermen de quienes han muerto durante la noche y, en este caso, cargarlos en una camioneta.

Ésta es la otra cara del exotismo pero, esta vez, no hay fotos. No tuve valor para hacerlas.

miércoles, 24 de febrero de 2010

PARA DECORAR ABRAZOS

Fotógrafa: Frantic (Jaipur, octubre 2009)

viernes, 12 de febrero de 2010

GRATITUD

Las mujeres de Yegalavankathanda nos ofrecen sus cánticos en cuanto llegamos a la aldea; las niñas de la escuela puente de Kaluvapalli nos tiran de la manga para que vayamos con ellas a ver su clase y se apelotonan para salir en las fotos que nos hacemos; en Malagundlapalli, nos reciben con una pequeña banda de música y nos tocan los pies en señal de respeto cuando nos acercamos a realizar el ritual de inauguración de sus nuevas viviendas y, en Patnam, la madre y la abuela de mi ahijada Aswani me sacan platos de fruta y galletas e insisten en secarme el sudor con un pañuelo que, por cierto, aún conservo.

Confieso que recibir tantas atenciones es algo extraño para mí y, más cuando vienen de personas que no tienen apenas para ellas, pero por respeto a estas personas y a sus costumbres, debo aceptarlas por muy abrumada que me pueda sentir, porque lo que pretenden es darme las gracias por haber contribuido a que la Fundación Vicente Ferrer pueda realizar los proyectos de lo que ellas se están beneficiando.

Me siento pequeña ante estas muestras de gratitud porque mi "gran contribución" se limita a dejar que me cobren cada mes una cantidad inferior a la que me gastaría en una tarde de cine y merienda. Por eso, no soy yo quien merece gratitud; soy yo quien debe darles las gracias de corazón por conservar esa pureza.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

¿NOS LOS LLEVAMOS?

Fotógrafa: Frantic (Jaipur, octubre 2009)