domingo, 15 de noviembre de 2009

ESPIRITUALIDAD

Confieso que el principal motivo para elegir la ruta del norte era pasar por Varanasi y es que, para mí, visitar la India y no ver el Ganges habría sido perderme gran parte de la esencia espiritual que tanto necesito algunas veces.

Sé que, para algunas personas de mi entorno, resulta incomprensible la pasión que me inspira el Ganges -"hija, si estará lleno de mierda", decía mi madre- precisamente porque no pasan del aspecto material del río. Pero debo reconocer que, incluso para quienes, de vez en cuando, trascendemos lo puramente físico, el Ganges resulta sobrecogedor.

Pese a no ser creyente y no pisar una iglesia desde hace siete años, he llegado a emocionarme al ver una ceremonia hinduista a orillas del Ganges. He asistido a una cremación -por cierto, pese a que pueda parecer lo contrario, puedo aseguraros que en ningún momento huele a carne quemada- y me he quedado embobada escuchando las explicaciones del guía sobre los ritos funerarios.
He asistido al emocionante ritual con el que un compañero de viaje ha depositado las cenizas de su madre en el río. He visto como, al amanecer, los ghats se llenaban de peregrinos llegados de todos los rincones del país para cumplir con el rito de purificación en las aguas del Ganges. He soltado una lamparilla encendida mientras formulaba un deseo.

Pero no me he bañado porque, efectivamente, está lleno de mierda.

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